Un nombre. Nada más que un nombre. Tu nombre. Aquel que abrazaba a mi almohada cada noche, aquel que tejía los sueños de un amor a destiempo, contrariado e impune como el viento que te despeina en una tarde de invierno. Los ecos del pasado aún te nombran, los tortuosos gritos no han muerto. Ya nadie te espera a la vera del camino con una flor en la mano, para invitarte a volar por un rato, al menos. He pasado
de todo eso, incluso de tu recuerdo.
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